El arte de ver el conjunto

Ferran Adrià inauguró el Festival Eñe en el Claustro del Museo del Prado, rodeado de estatuas que parecían observarlo con la misma curiosidad que el público. El encuentro, titulado El placer de la cocina en el arte, prometía un diálogo entre gastronomía y pintura, pero muy pronto quedó claro que Ferran, “el indomable” como el mismo Jesús Ruiz Mantilla lo llamó, sería fiel a sí mismo: impredecible e inclasificable.

Estando en El Prado, la pregunta “¿Cuál es tu obra de arte favorita?” no solo resultaba justa sino necesaria. Adrià contestó, que sin duda alguna, El jardín de las delicias. Su fascinación se debe a que en esa pintura del siglo XVI, “todos comen con las manos”. una prueba de que la obra estaba “adelantada a su tiempo”, capaz de descolocar temporalmente al espectador.

A partir de ahí, Adrià saltó de tema en tema con la misma libertad con la que revolucionó la cocina: la creatividad como obsesión, “para hablar de eso necesitaría dieciséis horas” afirmó; la historia de la humanidad, el primer animal despellejado como posible primer hito culinario y la convicción de que “crear es no copiar”, asunto que resultada desmesuradamente difícil.

También dejó caer una pregunta que pasmó la sala: ¿qué pasaría si los cocineros hicieran huelga? Según él, caería un 28% del PIB español, y el 44% del turismo. “España es un país de bares”, dijo, como quien ofrece una verdad obvia pero contundente.

Finalmente, se detuvo en la idea de los sistemas: el solar, el del cuerpo humano, el de las empresas, para insinuar que innovar exige pensar en estructuras donde cada pieza altera al conjunto. Antes de intervenir en un elemento, dijo, hay que leer el entramado completo; sólo entonces es posible transformar algo. Quizás por eso recordó la obra de El Bosco: un tríptico que deslumbra por la minucia de cada escena, pero cuya potencia solo se revela cuando uno se aleja y en esa distancia respira el todo.