Generación Ñ

La conversación entre Alauda Ruiz de Azúa y Manuel Gutiérrez arrancó con una atmósfera sorprendentemente cálida. Apenas se acomodaron, ya había risas sueltas que relajaron a todos y marcaron un inicio prometedor, casi cómplice. Parecía que la charla avanzaría tranquila, y durante los primeros minutos así fue. Alauda abrió el diálogo hablando de la importancia del guion y de cómo, durante el rodaje, este vive otra vida: se reescribe, se ajusta, respira. Manuel intervino con humor, recordando que antes eso era impensable; en sus tiempos el guion era una especie de dogma, y hoy la flexibilidad permite descubrir cosas nuevas frente a la cámara.

Él mismo insistió en que el texto es también la base de la puesta en escena, porque la cámara —según dijo— no perdona y siempre revela lo que no encaja. Después, Alauda llevó la conversación al terreno del casting. Lo hizo con entusiasmo, casi como quien habla de un ritual al que le tiene cariño. Contó que le gusta probar actores entre sí, ver qué sucede cuando se mezcla gente distinta, y que es una de las etapas donde más tiempo invierte. Para ella, ahí empieza a aparecer la película, incluso antes de filmarla.

La charla tomó un tono más reflexivo cuando hablaron de la ambigüedad en el cine. Alauda explicó que le gusta dejar espacio para que cada espectador interprete a su manera, sin dirigir demasiado la mirada. Esa idea se conectó con Los Domingos, especialmente con el personaje de la tía. Manuel comentó que le parecía antipática, pero Alauda respondió con serenidad, explicando que ciertos comportamientos se juzgan con más dureza en las mujeres que en los hombres. Su intención, dijo, era mantener la subjetividad del personaje sin disculpas ni explicaciones extra.

Hacia el final, algunas de sus respuestas sonaron un poco atropelladas. El público lo percibió, aunque ella se mantuvo firme y tranquila. La charla cerró con un par de preguntas y la sensación de que, entre luces y sombras, algo valioso se había compartido.