Noticia
La poesía del alarido
04 dic 2025
Autor
Paz Ramírez Sánchez de la Blanca
Escuela de escritores
Crónica
Instituto Cervantes. 26 de noviembre de 2025
En el encuentro «Europa en peligro. Voces para salvarla» celebrado en el Instituto Cervantes de Madrid, tres escritores que habitan distintas fronteras —geográficas, lingüísticas y emocionales— se reunieron para interrogar el papel de la literatura en un continente que vuelve a sentir el temblor de sus propias grietas. Héctor Abad Faciolince, Aleksandra Lun y Margaryta Yakovenko ofrecieron una conversación diversa pero sostenida en la convicción común de que Europa, hoy como en el pasado, necesita de la palabra para reflexionar sobre sí misma y, tal vez, para encontrar su propia salvación.
Abad comenzó señalando que Ucrania, aun con sus fallas como el resto de Europa, representa en buena medida los valores democráticos que Rusia intenta destruir y afirmó que, el ataque sufrido, no es solo una operación militar, sino también un atentado contra un modelo de sociedad fundamentado en la libertad y los derechos civiles. Su intervención recordó que la violencia sobre un territorio también implica una agresión a un ideario.
Por su parte, Margaryta Yakovenko, alejada del optimismo, se preguntó por la verdadera capacidad de la literatura, cuestionando la utilidad de la misma frente a la devastación del horror que la historia insiste en repetir y destacó la insoportable impotencia que esto nos provoca, introduciendo una sombra necesaria: la sospecha de que las palabras llegan tarde o son débiles ante la brutalidad del mundo
Aleksandra Lun llevó esa duda a un plano propiamente literario estableciendo para ello un símil eficaz al recordar la imagen de un señor excéntrico que, en la ciudad de Girona, caminaba por la calle con un teléfono rojo en la mano, llamando a nadie. La escritora propuso que, tal vez, la literatura fuera precisamente llamar al vacío, insistir en una conversación que nadie responde y, sin embargo, sin dejar de ser ese gesto obstinado y paradójico, viene a reinventarse sin cesar, como si no pudiera agotarse y de ahí pudiéramos extraer su utilidad.
Abad intervino de nuevo para contrapesar el pesimismo. Si en Rusia, y en tantos otros lugares, ciertas obras son perseguidas, censuradas o destruidas, es justamente porque la literatura sirve, ya que esto demuestra que el poder teme a los libros, por lo que estos siguen siendo un arma peligrosa: la prueba de que la imaginación puede abrir grietas donde el autoritarismo quiere levantar muros.
El diálogo derivó entonces hacia la noción de verdad. La literatura, coincidieron, no busca la verdad factual sino la «verdad de las mentiras»: aquella que se revela en las historias inventadas. Yakovenko subrayó que quizás la verdad se halle en los relatos pequeños, íntimos, que exponen la magnitud de los conflictos a través de lo familiar y Abad habló entonces de una “literatura de alaridos”, una escritura que nace del espanto.
La tarde concluyó sin respuestas definitivas, pero con una certeza compartida: la literatura quizá no pueda salvar Europa, pero puede impedir que se olvide el horror.
Tras este diálogo, dos ideas nos vuelven a resonar con fuerza: la primera, decretada por Iain Sinclair, es que el arte ha domesticado todo, excepto el horror, y otra final y contundente, expresada por Adorno quien dijo que, después del Holocausto, como después del diluvio universal, hay que reconstruir el mundo, siendo la poesía un instrumento necesario para ello, pero una poesía instalada ya en el horror, en otras palabras, una «literatura del alarido» necesaria para conservar la memoria y evitar así que el mundo sea destruido dos veces.